El cuento de mi huerto
Hace muchos, muchos días, sucedió que…
nuestro huerto se quedó vacío, sin vida
¡Allí no quedó nada! Vino el frío
con sus heladas y juntos se lo llevaron todo.
Ya no había nadie que
necesitase beber agua, asique, hubo que recoger el riego para que esas heladas
“malignas” no nos lo estropeasen también.
En cambio, en las aulas todo era vida, en la parte de atrás
de las clases, debidamente expuestos al
sol, estaban los “vasitos” de yogurt repletos de tomates, pimientos,
zanahorias, lechugas, cebollas, puerros y un largo etc.
Hacinados en esos espacios tan reducidos, pedían a gritos salir al exterior.
Por eso, tuvimos que
ponernos manos a la obra para adecentar su nuevo hábitat.
Rápidamente nos pusimos de acuerdo.
Por cursos, nos distribuimos las tareas: Unos prepararían la
tierra, otros colocarían el riego de nuevo, otros plantarían los
semilleros, los más cuidadosos se encargarían de limpiar las malas hierbas…
Así, hasta que todo estuviese
perfectamente ordenado.
Y en diciembre, sin esperar más, ya estaban los ajos en su
nueva “mansión”.
En enero salieron las cebollas
En febrero salió
alguna col acompañando a las
lechugas y de forma gradual, y a medida
que el frío decrecía, iban saliendo el
resto.
Ahora mismo, ya están todas fuera y creciendo, creciendo sin parar.
¡Qué bonito está el huerto!
¡Qué frondoso!
Todos felices y contentos, esperando cada día la
visita de quienes les han dado la vida.
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